El pensamiento de Benedicto XVI sobre la renovación
litúrgica querida por el Concilio, compartido por la mayor parte de los
obispos, es que aquella contiene riquezas no plenamente exploradas
(Sacrosanctum Concilium, n.3). Por eso la reforma litúrgica no es en absoluto
perfecta ni está concluida: hay necesidad de correcciones e integraciones, pero
procediendo de modo diferente de lo hecho en el tiempo postconciliar, no
imponiendo más obligaciones que las necesarias, ilustrando las posibilidades y
promoviendo el debate.
Para retomar el movimiento litúrgico deben conocerse los
fundamentos teológicos de la liturgia descritos de modo sistemático en el
Catecismo de la Iglesia Católica (art. 1077-1112), basado en la Constitución Sacrosanctum
Concilium, que ayudarán a identificar los aspectos textuales y rituales
necesitados de restauración.
No pocos
sacerdotes entienden la liturgia como algo que se construye en un ámbito de su
propiedad. Los documentos de la Congregación para el Culto Divino son muchos,
pero sin aplicar, porque está en crisis la obediencia. Sin embargo, los obispos
conocen el deber, en especial en las visitas pastorales, de corregir los abusos
y recordar las sanciones canónicas. Se podría pensar en la institución, como la
Iglesia ha hecho siempre en caso de emergencia, de un “visitador apostólico”
para la liturgia. Esto, para la actual generación del clero.
Para las
nuevas generaciones, es necesario que los rectores de los seminarios y los
rectores de las facultades teológicas sean conscientes de las “deformaciones” y
del “modo recto de celebrar” – la famosa ars celebrandi -, a fin de que se tenga
en cuenta en la formación de los seminaristas y de los sacerdotes. A ese
respecto, es necesario volver a enseñar cómo se celebran los sacramentos, y en
particular la divina Eucaristía. El temor de reducir la liturgia a ceremonia ha
hecho suprimir los “ensayos de liturgia” que sólo en pocos seminarios se han
conservado, pero que, por el contrario, en los años de formación, sobre todo
desde el momento en que se solicita la ordenación, constituyen una sólida
escuela y un óptimo antídoto contra la concepción de una liturgia creada desde
abajo.
Es
necesario, además, promover encuentros con los sacerdotes y los seminaristas de
los movimientos eclesiásticos que están más motivados y atentos a la disciplina
de la Iglesia.
Es necesario
explicar que la liturgia es sagrada y divina, desciende desde lo alto como la
Jerusalén Celestial; el sacerdote la cumple en la persona de Cristo-cabeza,
viviente en la Iglesia, en cuanto es ministro intermediario. El término
liturgia alude a la “acción del pueblo santo”, en el sentido de que éste
participa de la acción sagrada uniendo el propio ofrecimiento al del sacrificio
de Jesucristo. Junto a liturgia es necesario reintroducir oportunamente el
término “culto”, que indica la relación “cultivada” de reverencia y adoración
del hombre con Dios.
S. E. el Cardenal Cañizares en Ordenación Sacerdotal según Motu Propio "Summorum Pontificum"
Sobre este
punto en particular podrá ayudar el estudio del magisterio eclesiástico y
litúrgico de Pío XII (las encíclicas Mystici
Corporis y Mediator Dei) y la tradición litúrgica del
Oriente: la constitución Missale Romanum señala explícitamente tal
riqueza de piedad y de doctrina. Piénsese, por recordar sólo la liturgia
bizantina, en las oraciones penitenciales, larguísimas y repetidas; en los
solemnes ritos de revestimiento del celebrante y del diácono; en la preparación
de las ofrendas, que ya es en sí misma un rito completo; en la presencia
constante, en las oraciones e incluso en la forma de preparar las partículas
para la consagración, de la Santa Virgen, de los santos y de las jerarquías
angélicas (que en la entrada del Evangelio son evocadas como invisiblemente
concelebrantes, y con las cuales se identifica el coro en el himno Querubicon);
en el iconostasio que distingue netamente el santuario del templo, el clero del
pueblo; en la consagración ocultada frecuentemente por la cortina, evidente
símbolo del Incognoscible, a quien la entera liturgia alude; en la posición del
celebrante versus Deum cada vez que reza; en la comunión administrada
siempre y sólo por el celebrante; en los continuos y profundos gestos de
adoración de los que son signo las sagradas especies; en la actitud
esencialmente contemplativa del pueblo. El hecho de que esa liturgia, incluso
en las formas menos solemnes, dure mucho y sea definida como “tremenda e
inenarrable”, “tremendos, celestes, vivificantes misterios”, etc., basta para
indicar la concepción que tienen los orientales, sobre la que también los
latinos podrían meditar.
Aprovéchese
la ocasión para presentar la liturgia romana de modo comparado con las
liturgias orientales, evidenciando las
consecuencias ecuménicas, dado que el patriarca de Moscú ha expresado la
aprobación por la iniciativa de Benedicto XVI de restaurar la tradición con el
Motu Proprio. Se atenuará así el temor a la convivencia de
formas rituales diversas. Varios ejemplos se encuentran ya en el misal romano
de Pablo VI, como el rito de adoración de la cruz del Viernes Santo, que se
puede hacer de dos formas. Entonces la solución a la exigencia de salvaguardar
el rito antiguo, proponiéndolo y no imponiéndolo, ya había sido encontrada. La
unidad católica se expresa precisamente a través de la complementariedad de las
diversas formas rituales.
Propóngase a
los sacerdotes hacer el ofertorio y la anáfora vueltos a la cruz, exhortando a
los fieles a asumir la misma actitud de adoración; se puede hacer en particular
en los tiempos de Adviento y de la Cuaresma, a fin de subrayar la dimensión
escatológica de la liturgia. Allí donde el altar vuelto hacia el pueblo no
tuviera delante un amplio estrado, se puede proveer uno;
o bien se puede mirar a la cruz disponiéndola de modo colgante sobre el altar,
o en el centro, delante o sobre él, a una altura que permita al sacerdote
dirigirle la mirada tanto como a los fieles. Explíquese que la cruz no es un
utensilio que obstaculiza la visión, sino la imagen más importante para ayudar
a la mirada física e interior en la oración. Los ojos del sacerdote y de los
fieles convergiendo sobre ella no vagarán alrededor, distrayéndose recíprocamente.
De esas
premisas emergen las cuestiones fundamentales o prioridades de intervención
puestas por la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis
de Benedicto XVI:
- La
“novedad” de la forma de la Eucaristía (nn. 10-11), que es en sí misma el más
grande acto de adoración de la Iglesia (n.66) (Catecismo de la Iglesia
Católica, 1078).
- La
centralidad del tabernáculo (n. 69): su historia evidencia la conciencia
alcanzada por la Iglesia de que el misterio está siempre presente, porque viene
antes que cualquier otra cosa: soy yo quien debo hacerme presente a Él con la
adoración; es su presencia permanente lo que despierta continuamente mi fe, no
son mis capacidades. Cristo ha venido al mundo para estar con nosotros todos
los días. De este conocimiento no se puede volver atrás. Cristo permanece presente en su
Iglesia, en virtud del Espíritu Santo, a partir de la Eucaristía (n.12); está
presente en la palabra, “cuando en la iglesia se lee la Escritura” (n.45).
Cristo no está presente en el libro de las Escrituras o del Evangeliario: él es
venerado – no adorado – porque es un signo que se refiere a Él, más no es Él.
El uso
difundido de tener abierto el leccionario sobre el ambón tiene un significado
similar – no igual – a la colocación estable del tabernáculo sobre el altar (en
algunos lugares se ha colocado el Evangeliario directamente sobre el trono que
está sobre el tabernáculo).
La liturgia
cristiana por su naturaleza es bella (Sacramentum Caritatis, n. 35) y permanece
tal si en todas sus partes (ritos, vestimenta, arte, canto) están en armonía
(nn.40-52), por eso:
- La homilía
debe conjugar palabra y sacramento, transmitiendo la doctrina de la Iglesia
(n.46, nota 143); la palabra de Dios parte de la Escritura pero incluye la
tradición, también ella fuente la revelación; luego transmite la enseñanza de
la Iglesia, del Papa y de los obispos unidos con él, y debe hacer reflexionar
sobre los temas principales del credo, de los sacramentos, de la moral y de la
oración (véase la repartición del Catecismo). La homilía junto con la
liturgia de la palabra no puede durar más que la liturgia eucarística.
- El saludo
de la paz (n.49, nota 150) debe considerar el significado del lugar diferente
en el rito romano y en los ritos orientales; no es superfluo recordar que el
saludo del beso de la paz es una acción sacra, porque significa la unidad entre
nosotros, y en especial con el Verbo, la comunión y la caridad (instrucción Redemptionis
Sacramentum, n.71). Por eso la paz ante todo se implora con una oración -
antes de la comunión en el rito romano -, no es obligatorio el gesto, sino que
se debe evaluar la oportunidad (Ordenamiento general del misal romano,
n.56b). El rito romano conserva el significado antiguo de los primeros
cristianos: la paz como sinónimo de la comunión eucarística, porque a partir
del Señor supera las barreras y reanuda la comunión de los hombres en una nueva
unidad.
- El recurso
a la concelebración, especialmente con muchos sacerdotes, debe ser
redimensionado (n. 61); el Concilio la limitaba y nunca la impuso a los
sacerdotes (Sacrosanctum Concilium, n. 57; Código de Derecho Canónico,
can. 902). La concelebración favorece la percepción de la unicidad del
sacerdocio en la Iglesia en torno al obispo, pero si es demasiado frecuente no
recoge la función mediadora del sacerdote singular que, como se dijo antes, no
es sólo el “presidente de la asamblea”; además priva a los fieles de poder
participar en más lugares y horas de la Santa Misa. Por eso, el lema “más Misa
y menos misas” es muy ambiguo y debe evitarse.
Al mismo
tiempo, todo cristiano es ayudado a corresponder a la naturaleza de la
liturgia. La fe es condición indispensable de la participación, la cual
significa (Sacramentum Caritatis, n. 6):
a) Estar en
la presencia: tener conciencia del misterio hasta llegar al ofrecimiento de sí
(n. 52); ésta es la verdadera actualización en nosotros del sacrificio de
Cristo (nn. 70-71).
b) Celebrar
de modo participado interiormente: es el fin último de la catequesis
mistagógica (n. 64); que significa sobre todo reverencia (n. 65) y adoración
(n. 66). Todo esto es la condición fundamental para acercarnos a la comunión
(n. 29).
La
pertenencia eclesial es la otra condición previa de la participación (n. 76):
a) Tal
pertenencia brota del nexo entre la Eucaristía y la Iglesia Católica (nn.
14-15), que son el “Cristo total” (n. 36), lo que quiere decir que en la
liturgia deben resplandecer las notas de la Iglesia; una, santa, católica y
apostólica; más que de inculturación, es decir de inmersión en la propia
cultura (n.54), se debe hablar de “interculturalidad” de la liturgia (n. 78).
b) Lo que
transmitimos, como dice el Apóstol, es una doctrina que no es nuestra (concepto
de tradición) (n. 37).
c) La
pertenencia se expresa ante el pueblo de Dios, con la obediencia del sacerdote a las normas de la
liturgia (y del obispo al hacerlas respetar..) (nn.
38-39); a la voluntad del Señor se remontan las normas e instituciones
litúrgicas –piénsese en las minuciosas indicaciones por Él dadas a los
discípulos para preparar la última cena -, Él es el autor originario y por eso
deben tratarse con obediencia gozosa. La desobediencia a las normas de la
liturgia es inmoral y responde a un falso concepto de libertad (Redemptionis
Sacramentum, n. 7), por eso va detrás de la tentativa de la cultura
dominante sin reglas y puntos firmes, cosa que también está en la raíz de la
caída de la moralidad pública y privada. La lex orandi es ley, o sea,
disciplina de la liturgia; de otro modo se sustituye el legalismo, tan
vituperado, con la anarquía y la ilegalidad que son peores. La obediencia a la
sagrada liturgia es medida de nuestra humildad.
d) El
sacerdote obra en la persona de Cristo, en la liturgia debe ser y aparecer
humilde como Él (n.23) (Misal Romano, editio typica I, 93; III,
60).
Deben
recordarse las “condiciones” de la Santa Comunión (n. 29); repensarse su
distribución en la mano (nn. 50-55); redescubrir la comunión espiritual, y
aún antes la comunión eclesial (n. 56). Joseph Ratzinger recuerda que “la
Eucaristía presupone el bautismo y también, repetidamente, la confesión. El
Santo Padre (Juan Pablo II) lo ha puesto de relieve grandemente en su encíclica
Redemptor hominis. La primera disposición de la buena nueva fue
‘Convertíos’; y suena así: el Cristo que nos invita a la mesa eucarística es
siempre el mismo Cristo que exhorta a la penitencia y que repite el
‘convertíos’ (IV, 20). Donde desaparece la confesión, la Eucaristía ya no se
discierne y así es destruida en cuanto Eucaristía del Señor”.
Sería
deseable restaurar en toda la Iglesia el Miércoles Santo el rito de la
reconciliación de los penitentes con la confesión individual, a fin de
favorecer la toma de conciencia y la puesta en práctica de cuanto se ha dicho.
El objetivo
de la participación de la liturgia es la eficacia en nosotros del sacrificio de
Cristo (nn. 70-71); el “culto agradable a Dios” que, a través del testimonio
(n. 79) y el martirio (n. 85), lleva Dios al hombre en Cristo único Salvador
(n. 86).
La
Eucaristía produce la transformación moral del hombre (nn. 82-83), o sea la
santificación y la “divinización”, por eso se pide la “coherencia eucarística”.
La Sangre de
Cristo es el precio de la dignidad del hombre: de aquí brotan las implicaciones
sociales de la Eucaristía (nn. 89-91).
Con
estas premisas teológicas y litúrgicas se pueden afrontar las principales
“deformaciones”:
a) La
transformación de la liturgia de oración o diálogo con Dios en
exhibición de actores y desbordamiento de palabras: esto es favorecido por
el hecho de que el sacerdote, estando delante del pueblo, es llevado fácilmente
a mirar a su alrededor en vez de elevar la vista hacia lo alto o hacia la cruz,
como el diálogo orante con Dios exigiría; así, los himnos, los salmos, el acto
penitencial, las colectas, la oración universal y sobre todo la anáfora, que
quiere decir oración sacrificial, son percibidas como una recitación ni
siquiera demasiado seria, dado que con frecuencia sucede que la interrumpen
para amonestar y dar indicaciones a los fieles.
b) La
condena del concepto de sacrificio sustituido por el de cena,
que ha asimilado la Eucaristía católica a la celebración de la cena
protestante. (Recuperar el sentido de la verdadera realidad sacrificial)
c) La
desorientación creada por la recitación de la anáfora versus populum,
que ha contribuido a confirmar que la Misa es una cena fraterna.
d) La
sustitución total del latín por la lengua actual.
e) La
revolución “artística”, que ha llevado en particular a cambiar la forma del
altar transformándolo en una mesa y a descentrar el tabernáculo sustituyéndolo
con la sede del sacerdote, cada vez más visible; por no hablar de la abolición
de la valla sagrada del santuario y del cambio de lugar del baptisterio al
presbiterio.
Fuente: Monseñor Nicola Bux, “La reforma de Benedicto XVI”, Cap.
VII, extracto.
Monseñor Nicola Bux
"Pero... ¿qué fiesta? La Liturgia es un Drama"
Hemos publicado interiormente el
original italiano de la entrevista realizada por Bruno Volpe a Monseñor Nicola
Bux en que habla de la correcta comprensión de la divina liturgia. Ahora, por
la importancia de sus afirmaciones, publicamos su traducción española hecha por
La Buhardilla.
“Pero… ¿qué fiesta? La Liturgia es
un drama”: lo afirma Monseñor Nicola Bux, teólogo y liturgista de reconocida
fama. Con él, hemos afrontado el tema del sentido de lo sagrado en la Liturgia.
Creo que este sentido de lo sagrado
se podrá recuperar cuando comprendamos que la Misa no es nunca un espectáculo,
un entretenimiento o una propiedad de cada sacerdote, sino un verdadero y
propio drama. A menudo nos llenamos la boca con la palabra “fiesta”, pero… ¿qué
fiesta? En la Misa recordamos el sacrificio de Cristo, ésta es la verdad.
Cristo se ha inmolado por nosotros y luego se usa la palabra fiesta… Es
correcto hablar de fiesta sólo después de haber comprendido y aceptado el
concepto de que Cristo ha dado la vida por nosotros. Sólo entonces es lícito
hablar de fiesta, pero nunca antes.
Luego añade:
Una buena Liturgia debe tener en su centro la cruz pero, al ser colocada
frecuentemente a un lado o en lugares poco visibles, ésta ha perdido su
significado verdadero y auténtico. Parece mucho más un objeto accesorio que un
centro de adoración. A veces tengo la sensación de que una cruz en el centro
del altar produce fastidio, casi incomodidad. Para ser duros: la mayoría de las
veces, no la mira nadie.
Monseñor Bux habla del concepto de devoción:
Para volver a dar a la Liturgia el sentido de lo sagrado, es necesaria la
devoción. Basta de Misas celebradas como acontecimientos mundanos y
entretenimiento. Es necesaria la devoción, el encuentro con el rostro de Dios.
Pero desgraciadamente esto ocurre muy pero muy raramente. Sin un encuentro con
el verdadero rostro de Dios, sin devoción, la Misa se convierte en un ritual,
en una auto-celebración del sacerdote que no tiene ningún sentido.
Provocadoramente, monseñor
Bux plantea una pregunta:
¿Cuántos actualmente, celebrando la Misa, dirigen la mirada a Dios y a la cruz?
Pocos. Y por eso el sentido de lo sagrado va disminuyendo en nuestras Misas.
Y entonces, ¿qué se puede
hacer?
Pienso que una buena idea podría la ser siguiente: en la segunda parte de la
Misa, desde el ofertorio en adelante, el sacerdote podría celebrar dirigido
hacia la cruz, ad orientem.
¿Por qué razón ad orientem?
De este modo, los fieles no verían ya la figura del sacerdote, que no es el
protagonista, sino que junto con él contemplarían la cruz, el misterio.
Por lo tanto, una posición
ad orientem en la segunda parte de la Misa…
Me parece conveniente. De esta manera, la Liturgia adquiriría un valor mucho
más escatológico, de misterio y adoración; la gente misma comenzaría a
comprender y apreciar el valor escatológico, por usar una palabra difícil, de
la Liturgia. Mirar a oriente equivale a contemplar al Señor que viene. Pienso
que esta posición, que por otro lado es la que usan los orientales, puede
ayudar a encontrar mayor recogimiento. He aquí mi modesta propuesta para una
reforma gradual y sensata: mirar a oriente en la segunda parte de la Santa
Misa.
En una entrevista que nos
ha concedido algunos días atrás, el historiador Franco Cardini ha hablado de
crisis del sentido de lo sagrado…
Es necesario ver en qué sentido ha dicho esta afirmación. Pero el sentido de lo
sagrado es Dios. Aparentemente, este sentido de lo sagrado, es decir, de
cercanía y de búsqueda de Dios, hoy parece ofuscado, es cierto. Pero yo no
sería tan pesimista. En el fondo, el hombre busca siempre, por naturaleza, a
Dios. Muchas veces también por comodidad personal o con formas corrompidas y
equivocadas como la superstición o la magia, pero a fin de cuentas ese contacto
es buscado. La alianza con Dios, incluso egoístamente, es conveniente para el
hombre.
MONSEÑOR NICOLA BUX:
HEMOS LLEGADO A LA CLERICOLATRÍA
Monseñor Nicola Bux es consultor de
la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, de Culto Divino y Disciplina
de los Sacramentosy miembro de la Oficina de las
Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
"En las iglesias góticas,
barrocas, románicas, se veía un focus, se tocaba lo divino. En muchas iglesias
modernas esto falta. Los ojos del fiel antes se posaban en el Crucifijo, en
algo sagrado, mientras que ahora en el centro del altar sobresale otra
cosa … sedes que tapan o dan la espalda a los Sagrarios ..y/o literalmente
desplazados..
El trono del sacerdote
que tapa a Dios. Como si la presencia del sacerdote fuera más importante que la
de Dios. En resumen el trono del sacerdote sobresale y domina todo. Hemos
llegado a la clericolatría, nos ponemos a nosotros mismos en el centro de la
liturgia pero el centro de la liturgia no es el
sacerdote sino Dios".
Decía recientemente el Papa:
"la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra. Que nuestras celebraciones, sin embargo, se le parezcan lo más posible y la hagan presentir".
Ojalá todos, clero y laicos, llevemos a la práctica estas palabras de Benedicto XVI de procurar que el culto que damos a Dios haga presentir el que se le da en la Jerusalén del Cielo.
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